Ver al espejo y preguntarte quién es el idiota del otro lado. Los ojos, la nariz, la barba siguen siendo los mismos. Pero existen esos pequeños detalles que lo revelan todo. Tu pecho se llena con una respiración más plena, más serena. Debajo de tus ojos reposan sombras, evidencia de las noches sin descanso en las que te has dedicado a ser feliz, a estar triste, a seguir siendo un idiota.
Pero hay un cambio menos perceptible, más aterrador. Es tu mirada. No la mirada de cachorro y llena de nubes, esa, tan habitual y que se te daba con tanta naturalidad. Hoy miraste en el espejo y aparecieron grietas, cicatrices. Hoy miraste en el espejo y eran colmillos mordiendo. Miraste en el espejo y eran grandes las fauces de una bestia herida bajo un cielo rampante, furioso y ofendido.
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