Escribo esta carta sin
destinatario. Te escribo porque no existes. Porque nunca tomaste mi mano, ni apretaste
tu cuerpo contra el mío. En la calle, por la noche y a causa del frío. Nunca me
sonreíste, después de despegar tus labios de los míos; y me viste con tus ojos
risueños , a manera de promesa, de que, sin duda, la mañana siguiente la despertarías a mi lado.
Escribo esta carta pensando que
nunca te encontrarás con ella. Que no la mantendrás guardada en tu bolso, junto
a tu labial y esa libreta que cargas a dondequiera que vas. Que no te
encontrarás a ti misma, leyéndome con tu boca entreabierta, susurrando cada una
de estas palabras. Pequeñas esperanzas que terminaron a la deriva de la distancia
que siempre nos caracterizó.
Esta noche, sé bien por qué te
escribo. Es el deseo, son las ganas. Esta jauría de perros locos que me
recorren el corazón y el sexo. En esta ciudad fría y apagada que es mi cuerpo,
habitada por los sueños ebrios que se pasean buscando a los amantes que nunca
fuimos.
Me pregunto dónde estás. No me
sorprende, nunca me tomé la molestia de preguntarte por el lugar que tú llamas
casa.
Todo lo que poseo, al cartero que
pueda entregar esta misiva. Al que pueda, sin importar los días que nos separen
de la última vez que nos cruzamos, dejar ante tu rostro la certeza que no
fuiste tú, sino el remitente, el que ya lo ha olvidado todo.