La puerta se cerró y un silencio. Poco a poco la tarde se
hizo más chica. Raíces de un deseo enterradas en su pecho. Ojalá su cuerpo le
perteneciera a otro.
Vio casi cumplido ese deseo. Sus pies y manos le engañaron
para colocarlo detrás de aquella barra tan habitual y familiar. Tomó una
botella cuya etiqueta bien podría decir whiskey, o bien podía decir
quimioterapia. Brindó, a la salud de los ausentes. Su futuro, sus hijos en la
universidad y su ex esposa volviéndose a casar.
Se miró a sí mismo en el destello del licor. Ojos rojos y
cansados. Una sonrisa involuntaria
cuando se dio cuenta que tenía los brazos de su enfermedad, colgados en sus
hombros a manera de abrazo.
¿Se puede hacer mucho en seis meses con un cáncer? Puedo
llevarlo al cine. Compartir con él mujeres y cervezas. Puedo llegar a deshoras
y nunca oírle ni un reproche. Para él, nunca habré llegado tarde o habré
olvidado cumplir con algo.
Se preguntó si aquél tumor era de él. O si él era del tumor.
Cuando llegó a su casa, solo le quedaron aquella puerta y el
silencio. Y ese cáncer, el más bello del mundo porque es suyo. Ese cáncer, el
más cruel del mundo porque es suyo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario